jueves, 13 de junio de 2013

El viejo en su cenicero.

Calmado. Aceptante al hecho de que ya iba a morir. El viejo de las cenizas observa todo a su al rededor. Enciende otro cigarrillo usando un libro cuyas páginas ya estaban siendo consumidas por llamas.

"No puedo creer cómo, alguien sería capaz de tal atrocidad" dijo el hombre con voz carrasposa, dañada por los años de ingerir alcohol y tabaco. Para sus ojos, era imposible concebir la idea de que alguien, fuera capaz de incendiar la biblioteca de su propio hogar. 

La biblioteca ocupaba un pasillo largo; Una alfombra verde se situaba en el medio, abriéndose paso por todo el pasillo, desde la puerta de entrada hasta la ventana detrás de él, pasando así mismo, por debajo de su escritorio; Detrás de su escritorio, se erguía una ventana -más acertado un vitral- de aproximadamente nueve metros de altura y tres de ancho; detrás del escritorio, se escondía un sillón de cuero verde y estilo antiguo, que observaba tímidamente el incendio de la biblioteca.

A su edad, ya poco importaba. A él sólo le preocupaba terminar de leer sus libros, fumar sus cigarrillos y que Clementina, su criada, recogiera las colillas. Pero en la imagen de ese día, faltaba algo. Esa mañana, todo había salido mal, su café no estaba listo a tiempo, por lo que tuvo que prepararlo él mismo; la tina no estaba llena de agua caliente cuando él se fue a tomar el baño del día; el desayuno, ni siquiera estuvo preparado cuando él quiso tener la primera comida de su día como era acostumbrado ya. Todo iba mal y la razón era de esa criada que no hacía nada bien, todo gracias a que... ¡oh! Clementina se había reportado enferma ese día.

El incendio seguía incrementando a su alrededor. Con llamas de ese tamaño, cualquier otra persona ya hubiera huido hasta por la ventana. Pero a su avanzada edad y con la historia de ese salón, él no lo haría. Aunque sí hacía mucho calor, él ni siquiera quería habría de quitarse la corbata, eso era impensable, ¡JAMÁS!.

En ese salón, se dieron lugar las fiestas más exclusivas, el alcohol entraba al salón de bandeja en bandeja y salían solo cristales vacíos; Las paredes de ese salón habrían escuchado los gritos más apasionantes y lujuriosos que se puedan haber dado en su época; los orgasmos que aquellos libros habían tenido que ver. Peter Pan, perdiendo su inocencia, siendo horrorizado por imágenes de las orgías que aquel viejo tuvo en su juventud; La Cenicienta, viendo impactada, que las fiestas del lugar no eran como las de su reino, aquí todas eran llenas de vicios y derroches, de lujurias pecaminosas; se podía observar tal vez, un Gatsby orgulloso, porque alguien además de él tenía fiestas tan grandes, como las que él tuvo en honor a su amada. 

A pesar de todo eso, lo mejor de ese salón, no fue dado en su juventud. 

Llegó un día, en el que en una de esas tantas fiestas, aquel pervertido borracho, casi drogadicto, se topó con alguien que le sacó el aire casi como de un puñetazo, pero ella lo hizo sólo con dejarlo presenciar su belleza. Ese día, todo el desgaste humano acabó. Desde ese día, el mundo de él fue en el que ella quisiera vivir y si ella cambiaba de planeta, el también lo haría.

Peter Pan, sonreía nuevamente ante escenas de besos furtivos, amorosos y apasionados que daba ese ahora viejo, cuando estaba en su mediana edad a la mujer que lo inspiraba; Alicia, sentía que las maravillas no estaban escondidas dentro de sus páginas. Pero que existían también fuera de estas, en el mundo que se creaba cuando los ojos de estas dos personas se encontraban en el espacio. Pero ahora, todo ese amor estaba muerto. Al menos, ella lo estaba. Ella posaba, sentada en una esquina del escritorio, observando al vejestorio leer, observando a través de las paredes que la sostenían como una genio en su lámpara, que sostenían lo que una vez fue cuerpo y ahora eran cenizas. En ese momento, ella gritaba sin lograr cambio alguno en él, ella imploraba a él que saliera corriendo de ahí. Pero ella, ya no estaba en este mundo, al menos no por completo.

El anciano pasó la página y sacudió del escritorio un par de cenizas de papel quemado. Al mismo tiempo sacudía otra página que todavía estaba en llamas. Se encontraba a punto de terminar ese libro. Volteó la última página y la comenzó a leer.

Poco tiempo después, terminó de leer. Asimismo Terminó de fumar su cigarrillo y empezó a toser por todo el humo que se colaba en sus pulmones. Con un gesto, que los músculos de su mano ya conocían de memoria, lanzó la colilla encendida a un cenicero demasiado lleno para aguantar otra colilla dentro del mismo, un cenicero el cual Clementina estaba destinada a recoger. En un último suspiro de iluminación, el viejo recordó, "Mierda, la cagué... creo que ese fue el primer cigarrillo del día". Luego, en un gesto de resignación, dándose cuenta de quién había realmente prendido en llamas su biblioteca, sonrió. Reclinándose en la silla que se encontraba en su espalda, observó meditativamente el recipiente que contenía dentro las cenizas de su musa, de su amada esposa y abriéndolo, regó las cenizas en el escritorio frente a él, dando así, espacio a que los dos compartieran un recipiente más grande; uno que llevara dentro de él, todas las historias de una vida y todos los libros que habían leído juntos; uno que fuera, tal vez, del tamaño de una biblioteca.

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