El
momento luego de que algo muere, en el que entramos al estado de luto, hasta el
que algo nuevo nace, es un momento hermoso, maravilloso, que la gente no sabe
apreciar. No me quiero dar a malinterpretaciones, no me refiero a estar de luto
por una persona, cuando digo algo, me refiero a un sentimiento; un objeto tal
vez; un trabajo; un pensamiento. Nadie quiere que algo se muera, pero al final,
todas las cosas lo hacen. Porque nada es para siempre, todo en el mundo está un
constante cambio.
Ese momento de luto, tiene una
hermosura particular, y no es el momento como tal el que lo hace especial, Es
el éxtasis antes de que se acabe. Así como el segundo antes de un orgasmo,
después de haber estado diez, quince o veinte minutos buscando ese placer en
particular; ese momento en el que colocas la rodilla en la tierra, para
impulsarte del piso porque ya estás listo para levantarte por completo; ese
último bocado de comida, que has guardado con tanto aprecio durante todo almuerzo
o la cena, para así mantener su sabor durante segundos, minutos, horas y días en
tu boca, en tu recuerdo y tu imaginación; aquel
último paso al final de una carrera; aquella bocanada de aire que tomas al
nadar antes de llegar a la meta. Todos estos momentos tienen algo en particular,
es ese segundo en que nos damos cuenta de que todo está por cambiar, hemos
luchado tanto por llegar al final, y no falta más que un par de segundos o milisegundos
tal vez.
Al final de las relaciones,
sucede lo mismo. Así como un embarazo es un proceso a veces un poco engorroso,
pero las mujeres lo soportan, junto a
ella, una manada de gente, a veces compuesta por uno solo, o por toda una
familia; porque todos saben que al pasar los nueve meses, algo hermoso se
aproxima. Al final de cada período de tristeza, y pérdida por haber acabado una
relación, llega el momento en el que renacemos; es cuando terminamos de llorar,
extrañar, y añorar aquella relación que se ha terminado, después de tantos
días, meses, semanas o hasta años que tuvimos para poder superar eso; para
poder terminar de impulsarnos con la pierna, dar ese paso final en la meta,
comernos aquel bocado de comida, tomar esa bocanada de aire para nadar a la
meta. Hemos perdimos algo, pero es en ese momento específicamente que nos damos
cuenta, de que nada se puede hacer al respecto y es cuando aceptamos del todo
ese hecho y nos sentimos felices al respecto, pues si ya hay algo perdido que no puede ser
encontrado, para que seguir perdiendo el tiempo en buscarlo? ¡Se ha acabado!, ¡Es hora de renacer, y buscar una nueva
aventura! Es el momento de saltar, gritar, correr, brincar y darnos cuenta de
que estamos vivos, escuchar en silencio hasta poder oír nuestro corazón latir
para darnos cuenta de que sigue ahí; vernos en un espejo y saber que somos una
persona diferente, porque cada experiencia nos convierte en alguien mejor;
detenerse en medio del camino al trabajo, a la universidad, sólo para escuchar
el cantar de los pajaritos, diciéndonos que este nuevo día, ellos también se
dieron cuenta que están vivos.
Hemos pasado tantos momentos,
esperando ese segundo, que finalmente ha llegado y no es hasta que llega que
podemos apreciar el esfuerzo invertido en todo ese tiempo; toda esa energía gastada, en cargar un bebé
dentro de un vientre; todas esas
brazadas y bocanadas para llegar a la meta; todos esos bocados de comida, para
finalmente saborear aquél último como si fuera la mejor comida que llegaremos a
probar; toda esa energía, para terminar en aquél orgasmo fatal, que nos hace
sentirnos dioses del mundo, hijos de Zeus y alguna diosa pagana cualquier,
hijos de la vida, toda esa energía para saber de nuevo, que estamos vivos.
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